Si algo ha caracterizado el último siglo, es la eficacia de la ciencia y la tecnología. Un claro ejemplo, es el uso de las impresoras tridimensionales. En términos de innovación, la industria adoptó esta idea como una forma cotidiana de introducir nuevos productos al mercado; sin embargo, los horizontes se han extendido al campo de diversos laboratorios y universidades. En ese sentido, uno de los sectores más beneficiados ha sido el médico con la bioimpresión.
La bioimpresión es un método que permite la creación de dispositivos celulares a partir de bio-tintas compuestas de células madre. Las últimas investigaciones apuntan a que este material biológico puede funcionar para el diseño de piel, tejidos y órganos. El objetivo de esta invención es que, frente a la falta de donadores de órganos estos dispositivos sean viables para atender los mecanismos biológicos del cuerpo.
Los proyectos de bioimpresión cada día son más numerosos y exitosos. Por ende, diversas comunidades científicas se han aventurado a la creación piloto. Como ejemplo, tenemos una serie de mini órganos que empiezan con el riñón proximal en desarrollado en Harvard en el año 2011; el ovario para combatir la esterilidad en la Universidad Northwestern en el año 2017; el mini hígado creado en 90 días por los investigadores de la Universidad de Sao Paulo; y el reciente mini corazón impreso en 2019 por un equipo de investigadores israelíes.
Si bien, no hemos llegado a la cúspide de los resultados, es cierto que el esfuerzo de estos investigadores ha dado frutos. En 2019, por ejemplo, la Universidad de Newcastle desarrolló por primera vez una serie de corneas artificiales que podrían ser próximamente trasplantadas. Por ahora este es el modelo más preciso de bioimpresión.
Se estima que para el 2030 la creación de órganos en 3D sea una realidad exitosa.
Alejandrina Rodríguez González